Desde nuestra larga experiencia en el campo del tratamiento de las adicciones vemos como a muchas mujeres con problemas en el consumo de drogas, a diferencia de los hombres, les sigue constando llegar a los tratamientos, sobre todo los residenciales (Comunidad Terapéutica, pisos reinserción…)
Son mujeres que, a pesar de llevar muchos años conviviendo con las consecuencias negativas de su adicción, continúan sin recibir la ayuda ni el tratamiento que necesitan y en muchas ocasiones uno de los motivos principales es que no pueden separarse de sus hijos.
¿Por qué a muchas mujeres con problemas con el consumo de drogas (alcohol, tranquilizantes, cannabis, cocaína…) y que además son madres les cuesta tanto llegar a los tratamientos residenciales?
Para los hombres realizar un tratamiento por consumo de drogas es visto como un acto de necesidad y valentía y generalmente cuentan con el apoyo y la colaboración familiar, fundamentalmente el de sus parejas. Efectivamente, si el paciente hombre tiene pareja, ésta se implica sistemáticamente en el tratamiento y se convierte en el referente.
En cambio, cuando las que tienen problemas con el consumo son las mujeres, nos encontramos con dos perfiles:
– Por un lado, mujeres jóvenes, con problemas de consumo con el alcohol, porros y los estimulantes, generalmente solteras, sin hijos/as, ni grandes responsabilidades familiares y con un patrón de consumo muy similar al de los hombres. En los últimos años, venimos observando un incremento de estos perfiles de mujeres en los tratamientos por adicción. Estas vienen acompañadas a la terapia normalmente por su familia de origen.
– Por otro lado mujeres de mediana edad, con problemas básicamente con el consumo de alcohol y tranquilizantes, que tienden a consumir en solitario, a escondidas y que además son madres. Para ellas, la idea de separarse de sus hijos para realizar un tratamiento es insoportable, atenta contra su rol como madres, las hace sentirse egoístas, malas madres, con la sensación de que abandonan a sus hijos y serán criticadas y enjuiciadas por ello. Son mujeres con muy baja autoestima, que se quieren muy poco a sí mismas, con un gran sentimiento de culpa porque sienten que han hecho muchas cosas mal y que deben estar al lado de sus hijos. En definitiva: hacer un tratamiento, centrarse en su adicción es vivido por ellas como si abandonaran a su familia.
El rol de las mujeres en la familia continúa siendo fundamental y no se le permite ni se permiten «fallar». Paralelamente, la responsabilidad del cuidado y crianza de los hijos continúa recayendo básicamente en ellas y les dificulta el acceso a los tratamientos. Estos sentimientos no se dan en los hombres, que cuando deben ingresar dejan a sus hijos al cuidado de sus familias, generalmente sin plantearse si hacen lo correcto o no.
Las pocas posibilidades de acceder a tratamiento que tienen estas mujeres de mediana edad con problemas de alcohol y/o tranquilizantes se complican aún más cuando observamos el funcionamiento de sus familias. A éstas, sobre todo a los maridos, les cuesta aceptar que sus esposas tienen un problema de dependencia que no puede solucionar solas y que necesitan ayuda profesional. En parte porque los maridos también consumen alcohol o tranquilizantes supuestamente de forma normativa. Ellos tienden a negar el problema, creer que solas podrán, que no es para tanto y que lo que necesitan sus mujeres es estar ocupadas y hacerse cargo de sus hijos/as. Esta posición familiar no las ayuda sino que las deja más solas, tristes y culpables por no poder satisfacer las expectativas depositadas en ellas, ni como esposas, ni como madres. La mujer busca un alivio a este sufrimiento consumiendo más alcohol y/o tranquilizantes, consumo que tiende a ocultar por no sentirse comprendida, con lo que desciende de las posibilidades de recibir ayuda profesional.
Todas estas variables dificultan que estas mujeres con problemas de consumo se den cuenta de que la mejor forma de poder ayudarse a sí mismas y sus hijos/as es tomar conciencia de que tienen un problema de salud muy complejo con componentes biológicos, psicológicos y sociales, que necesitan ayuda y que hacer un tratamiento NO IMPLICA no ver a sus hijos, abandonarlos ni dejar de quererlos, sino aprender a cuidarse para poder cuidarlos.
Es por todo lo expuesto anteriormente que desde Fundación Salud y Comunidad (FSyC) hemos puesto en marcha diferentes acciones para facilitar a estas mujeres su acceso a los tratamiento residenciales.
Se permite que tengan contacto telefónico con ellos con regularidad, incluso durante los primeros quince de incomunicación, y que las familias e hijos las visiten semanalmente y disfruten de una horas juntos y a solas. Este contacto regular, tanto telefónico como personal, tranquiliza a las pacientes y a las familias, que participan de sus avances. Al mismo tiempo, permite trabajar la relación familiar que en muchos casos ha quedado muy dañada por el consumo.
En definitiva se trata de acompañarlas en superar su adicción, mejorar en su rol como madres y sobre todo en su autonomía y empoderamiento como mujeres.